El aire que atraviesa la Tierra,
nos despierta a medianoche,
nos susurra al oído
nos empuja a salir en la madrugada.
Es el aire que avivará los fuegos,
enloquecerá al mar,
desmoronará acantilados,
destruirá ciudades,
silenciará la música,
se interpondrá entre los labios,
separará los cuerpos,
robará las almas,
y se llevará nuestras cenizas.
Entonces, sembrará el caos,
reinará la confusión
allá por donde pase.
Se convertirá en viento helado,
y la tierra oscilará.
Alejará a la luna, las estrellas, el sol y las nubes
hasta llevarlas al abismo,
al origen de la nada
al comienzo de la Creación,
al lugar donde aún no existía el tiempo,
ni los días, ni las noches, los humanos.
Por lo tanto, no existían cruces, ni representaciones,
ni ídolos, ni religiones,
no se adoraba ni se bendecía,
no había leyes ni mandamientos.
Es el aire que destruye para volver a construir.
Es el aire que devasta para volver a emerger.
Mientras nos convertimos
en desconcertados espectadores de la vida
y todo vuelve a empezar.
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